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miércoles, 26 de marzo de 2014

EL PLACER DE PENSAR. Individuo y sociedad. Por: Alejandro Jodorowsky

Los problemas individuales son semejantes a los problemas sociales. A veces es necesario ver a la sociedad como un individuo y al individuo como una sociedad.

Comienzan felices una unión amorosa y poco a poco, sin darse cuenta, la van degradando con pequeñas frases hirientes que, con el tiempo, se transforman en francos insultos para terminar un día en agresiones tan virulentas que espectadores circunstanciales se preguntan cómo una pareja puede resistir tan horrible relación. Sin embargo, el hombre y la mujer, irreversiblemente deformados, continuarán hasta el fin, a veces trágico. de una relación que por grados, poco a poco, se ha hecho un infierno… Así también puede suceder en cualquier actividad colectiva: la decadencia llegará tan gradualmente que los ciudadanos, inconscientes del cambio, se encontrarán de pronto en una situación capaz de aniquilarlos. No se trata de que el caos se ordene de golpe: una vez comprendido el peligro hay que remediarlo, fase por fase, sin impaciencia pero con firmeza, hasta establecer la situación ideal.

Buscando una situación confortable, física o mental, adoptamos un sistema de vida que nos aleja de la naturaleza, exterior o interior. Con el transcurso del tiempo nos habituamos a este paraíso artificial y, al reproducirnos, legamos a nuestros hijos esta ilusión como si fuera un mundo verdadero. Cuando llega el momento en que la realidad nos embate crudamente, ya no sabemos cómo luchar y somos demolidos por la nueva situación. Es nacesario aprender a ver las cosas con total objetividad. Observar la corrupción, conocerla, no significa entregarse a ella. Cerrar los ojos y los oídos ante una crisis no significa solucionarla. Debemos, en todo momento, adiestrarnos a sobrevivir. Y un método muy útil para esa sobrevivencia es tomar en cuenta que siempre hay seres humanos dispuestos a devorarnos, por muy buenos y justos que seamos.

Desarrollarnos hasta alcanzar el límite de lo que podemos ser es normal y deseable. Pero cuando la ambición desmedida nos lleva a obtener cosas inútiles, podemos, creyendo avanzar, precipitarnos a un fracaso. En condiciones normales no deberíamos hacer esfuerzos ni preocuparnos por alcanzar el nivel para el que estamos destinados. La semilla lleva en sí el programa que cumplirá hasta ser un árbol determinado que no dará ni una hoja ni un fruto de menos o de más. Lo cierto es que debemos luchar no por “ser” sino por impedir que accidentes exteriores nos desvíen y nos impidan realizarnos… Cuando vemos otros individuos, organismos, sociedades, que sentimos más poderosos que nosotros y pretendemos imitarlos sin tener las fuerzas necesarias para eso, terminamos cayendo en su área de poder y pasamos a formar parte, con orgullo ingenuo, de un mecanismo que nos despersonaliza y aniquila.

ALEJANDRO JODOROWSKY

domingo, 23 de marzo de 2014

UN MANIFIESTO POR LA EDUCACIÓN. Por: Claudio Naranjo

Estoy convencido de que la educación es nuestra mejor esperanza, pero de ninguna manera la educación que tenemos. Tenemos una educación para que nuestra próxima generación se nos parezca, pero nos urge tener otra que nos ayude a evolucionar. Necesitamos una educación para trascender la mentalidad patriarcal, raíz de casi todos nuestros problemas colectivos: una educación que nos inste a dejar atrás modos de pensar y vivir peligrosamente obsoletos.

Nuestra vida civilizada surgió como respuesta a un hecho cataclísmico: el calentamiento y desertificación que sucedieron al fin de los glaciares durante nuestra tardía prehistoria. Los territorios del actual Sáhara, el cercano Oriente y las estepas rusas fueron un oasis verde, algo así como un jardín del Edén, hacia el fin de nuestro último periodo glacial. Con el calentamiento y menor rendimiento agrícola, la adaptación de sus habitantes a la vida sedentaria dejó de servirles y, para sobrevivir, debieron volverse nuevamente nómadas, además de violentos e insensibles. Nosotros somos sus descendientes: tales bárbaros invadieron, civilizaron o reemplazaron a las poblaciones antiguas de Europa, India y el lejano Oriente.

Decía Gurdjieff que los problemas de la humanidad derivan de que los humanos, siendo tricerebrados, no consiguen conciliar sus tres cerebros, y ha descubierto la neurofisiología un cuarto cerebro -la corteza prefrontal- que sirve de asiento de la humanidad por su función integrativa del intelecto, la emoción y la instintividad. Tótila Albert creía que los problemas del mundo derivan de la desarmonía entre nuestras tres personas interiores. Gran parte de mi trabajo ha sido inspirado por las ideas de Gurdjieff y de Tótila Albert, quien, yendo más allá de Bachofen (historiador suizo que descubrió el matriarcado), planteaba que nuestra historia ha atravesado una etapa de nomadismo original filiarcal (en que dominaron los valores de la juventud y la instintividad), luego la etapa matriarcal del Neolítico y finalmente la era patriarcal, iniciada hace unos 6.000 años. Planteaba también que estas tres formas de vida fueron la respuesta a las situaciones traumáticas, y que ya es hora de que nos tornemos en hombres completos, en cuya vida y mundo interno se establezca un abrazo a tres entre Padre, Madre e Hijo. Tótila Albert pensaba que tal sociedad sana sólo podría alcanzarse a través de la realización de la plenitud trinitaria en el corazón de muchos; lo que entrañaría un cruce colectivo de un Mar Rojo de la consciencia: un proceso de búsqueda, sanación e iluminación generalizado del que dependerá que dejemos atrás nuestra condición crítica. Yo he traducido su lenguaje de las tres personas interiores a uno que contempla tres amores: el eros o amor-goce, que se expresa en el amor a sí mismo; el ágape, benévolo y materno, que subyace al amor al prójimo; y el amor-respeto o philia, que deriva del amor del niño hacia el padre.

 En La civilización, un mal remediable expliqué la mente patriarcal como un desequilibrio en el cual se ve exaltado el amor-respeto (que mira hacia los padres, las autoridades y los ideales), se eclipsa y falsifica el amor materno y se criminaliza el eros. Por ello vengo proponiendo una educación trifocal dirigida a las partes padre, madre e hijo de nuestras mentes. He sugerido, también, que a la actual educación eminentemente intelectual que ofrecen nuestras escuelas se incluya una educación del corazón que no olvide su aspecto emancipador y la relevancia de la felicidad. Para esta transformación será vital la educación de los educadores a través de un método profundo, eficaz y rápido. Y es éste, diría yo, mi más significativo aporte.

Años atrás me sentía como un campesino que, después de mucho tiempo cultivando su tierra, se encuentra con un tesoro: una planta cuyo jugo pudiera matar al dragón que asola la comarca. De pronto, me vi habiendo inventado lo que hacía falta para una transformación rápida y masiva de la educación en Occidente. Me parecía obvio que nuestra salvación depende de un cambio de conciencia y que sólo la educación podría permitirlo: está en nuestras manos llegar a educar seres más sabios, benévolos y libres que nosotros. Pero ahora me parece que, más bien, tal transformación podría ser posible. Pues hay resistencias, ¡y qué resistencias! Ni son muchos quienes quieren el cambio de la educación entre los profesores, cansados y desmotivados, ni parecen quererla los ministerios. No la esperan ya los estudiantes, y menos aún la anhela el imperio comercial global. Así, tenemos la visión, la metodología y hasta la estrategia, pero sabemos que la educación sólo podría cambiar si llega a haber suficiente voluntad política a través de la maduración de la conciencia de los poderosos; o si llega a haber consenso en la opinión pública, de cuya legitimación -más tarde que temprano- todo depende.

Les hablo, pues, a las autoridades, que tal vez algo pueden hacer en vez de rendirse al imperio comercial pseudo-democrático de Mamón. Les hablo a los profesores, instándoles a que dejen atrás su resignación y se hagan agentes de un gran sueño. Les hablo a los potentados anodinos, cuyo despotismo se oculta tras la máscara de un supuestamente democrático despotismo del mercado; y les hablo a los funcionarios de los grandes organismos del comercio global, con la esperanza de comprender colectivamente cómo no sólo nos convendría a todos, sino a ellos mismos, cumplir con la responsabilidad que nos cabe de velar por el rumbo de nuestra nave espacial Tierra.

CLAUDIO NARANJO.

viernes, 21 de marzo de 2014

EL INSTINTO MATERNO ¿EXISTE?. Por: Laura Gutman

El “instinto” de proteger, cuidar, nutrir  y amparar  a un hijo, sólo puede manifestarse en la medida que ese hijo exista y tengamos una relación amorosa con él. Ahora bien ¿necesitamos el instinto materno para quedar embarazadas? No, definitivamente no tienen nada que ver una cosa con la otra. Quedamos embarazadas porque somos fértiles, porque hemos tenido contacto sexual con un hombre y porque hace parte de la naturaleza humana.  El instinto aparece más tarde, cuando el niño nace. A partir de ese momento, hay un bebe necesitado de cuidados maternos que despierta nuestra capacidad de amar.

Pero, una vez que el niño ha nacido, ¿siempre aparece el instinto materno? ¿Por qué muchas madres no sentimos “eso” en relación a nuestros hijos?  Porque nuestra capacidad de protegerlo y ampararlo  depende de la represión sexual que hemos vivido a lo largo de toda nuestra vida, del desamparo en el que hemos permanecido sometidas durante nuestra infancia y  de la moral, el autoritarismo afectivo y la rigidez que aún hoy persisten y hacen parte de nuestra manera de ser. Es decir, una vez que tenemos al niño real en brazos, nos encontraremos con nuestra capacidad o incapacidad de cuidarlo, según nuestra historia emocional pasada, de la que generalmente no tenemos un claro registro. De todas maneras, la función maternante se puede aprender buscando referentes externos, siempre y cuando reconozcamos que nos resulta difícil responder a las demandas del niño pequeño.

En todos los zoológicos del mundo, se sabe que cualquier mamífera hembra criada en cautiverio, tendrá pocas chances de concebir y dar a luz a su cría. Luego, si lo logra, difícilmente “la reconozca” como propia y posiblemente tenga dificultades para amamantarla y protegerla. Pero los cuidadores del zoológico la ayudarán, y la cría normalmente sobrevivirá. Lamento estas comparaciones, pero a las mujeres nos sucede algo parecido: atravesamos los embarazos totalmente despojadas de nuestro saber interior y luego parimos en cautiverio: atadas, pinchadas, amenazadas y apuradas. Entonces lógicamente, inmediatamente después de producido el nacimiento, nos sucede que desconocemos a nuestra cría. Las madres tenemos que hacer un esfuerzo intelectual para reconocer a ese hijo como propio, con la culpa y la vergüenza de pensar internamente que quizás no poseemos ese valioso “instinto materno”.

¿Puede una madre tener una fluidez extraordinaria para responder intuitivamente  a las necesidades del bebe? Sí, claro, ¡pero tiene que provenir de una infancia ideal! Si hemos recibido suficiente amparo, contacto corporal, palabras cariñosas, mirada exclusiva, pechos, disponibilidad emocional y explicaciones a lo largo de toda nuestra infancia, es mucho más probable que respondamos instintivamente a las demandas del niño pequeño. Caso contrario, necesitaremos apoyos externos que nos guíen hacia el amor,  y nos liberen de los prejuicios.

Laura Gutman

martes, 11 de marzo de 2014

LA VERDAD SIEMPRE ES SALUDABLE. Por : Laura Gutman


Todo conflicto entre adultos, se construye a partir de alguna verdad interna que un individuo guarda para sí mientras que el otro ni sospecha de su existencia. Para colmo, a veces esas “verdades” personales, tuvieron su origen en secretos familiares que hemos perpetuado a través de varias generaciones, y que se organizaron alguna vez con el estúpido propósito de que no se sepa algo….relacionado con el amor. La bisabuela que se casó embarazada (por amor) y que huyó a otro pueblo donde fue odiada por la suegra que luego humilló a sus nietos que crecieron sin saber qué había sucedido. 

Las mentiras familiares son así: Heredamos no sólo unos cuantos secretos que cobijan amores pasionales, sino también el hábito de no decir y la necia costumbre de no confiar en los demás. Hay algo aún peor: tampoco confiamos en nuestros sentimientos y mucho menos en nuestras percepciones, sino que nos dejamos llevar por opiniones ajenas. Por lo tanto, ¿Cómo contarle a alguien la verdad si no somos capaces de abordarla? ¿Cómo saber de qué se trata eso que recordamos a medias, que no preguntamos, que nos angustia o que el destino nos devuelve en cada escena cotidiana? Además, tenemos miedo de someternos a las evidencias, porque le otorgamos a esa “verdad” chiquita y sencilla, atributos extraordinarios.  Creemos que si alguien se entera, el mundo se va a derrumbar. Pero resulta que no. No se derrumba nada. Que nuestro padre haya sido alcohólico, que nuestra hermana sufra un retraso mental, que seamos bulímicos, que nuestro hijo se haga pis en la cama, que tomemos ansiolíticos, o que nos hayamos endeudado más de lo habitual, no provocará el caos universal. Al contrario. No pasa nada. 

En la medida que estemos aferrados a no compartirlo con nadie –a veces ni siquiera con nuestra pareja ni con nuestros amigos más cercanos- ese asunto no nombrado nos deja aún más alejados de nosotros mismos. Ese sí que es un desmoronamiento personal. Sepamos que la verdad siempre, siempre, siempre repara, cura, sana, alivia y nos hace más humanos. En cambio, si estamos aferrados  a los secretos con nuestros miedos a cuestas cuidando que nadie nos descubra, al pasar frente a un espejo, constataremos que estamos desnudos. Que eso que somos es imposible de tapar.


Laura Gutman