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domingo, 15 de marzo de 2015

Que el mundo lo sepa. La mata que no mata.


El caracter sagrado del dinero. Sobre la publicación del libro La Economía Sagrada de Charles Eisenstein

Economía Sagrada — Introducción


Introducción
El propósito de este libro es lograr que el dinero y la economía humana sean tan sagrados, como todo lo demás en el universo.
Hoy asociamos el dinero con lo profano, y por buenas razones. Si algo es sagrado en este mundo, seguramente no es el dinero. El dinero parece ser el enemigo de nuestros mejores instintos, como se hace evidente cada vez que la idea de “no puedo permitirme el lujo de” impide un impulso hacia la bondad o la generosidad. El dinero parece ser el enemigo de la belleza, como el término despectivo “vende patrias” demuestra. El dinero parece ser el enemigo de toda reforma social y política digna, cuando el poder corporativo guía la legislación hacia el engrandecimiento de sus propios beneficios. El dinero parece estar destruyendo la tierra, conforme saqueamos los océanos, los bosques, el suelo, y cada una de las especies para nutrir una codicia que no tiene fin.
Desde el momento en que Jesús echó a los cambistas del templo, tenemos la sensación de que hay algo profano en el dinero. Cuando los políticos buscan el dinero en vez del bien público, los llamamos corruptos. Adjetivos como “sucio” y “mugroso” describen de manera natural el dinero. Se supone que los monjes tienen poco que ver con este: “No podéis servir a Dios ya a Mammón”.”
Al mismo tiempo, nadie puede negar que el dinero también tiene con una cualidad misteriosa, mágica, el poder de alterar el comportamiento humano y coordinar la actividad humana. Desde tiempos antiguos los pensadores se han maravillado de la capacidad de una simple marca pueda conferir este poder a un disco de metal o a una hoja de papel. Por desgracia, observando al mundo que nos rodea, es difícil evitar la conclusión de que la magia del dinero es una magia negra.
Obviamente, si hemos de hacer del dinero algo sagrado, nada menos que una completa revolución del dinero será suficiente, una transformación de su naturaleza esencial. No es sólo nuestra actitud hacia el dinero que debe cambiar, como algunos gurús de autoayuda nos quieren hacer creer, sino que crearemos nuevos tipos de dinero que encarnan y refuerzan un cambio de actitud. La Economía Sagrada describe ese dinero nuevo y la nueva economía que se aglutinan en torno a ella. También explora la metamorfosis de la identidad humana que es tanto una causa como una consecuencia de la transformación del dinero. Los cambios de actitud de los cuales hablo llegan a la parte medular de lo que es ser humano: incluyen la comprensión del propósito de la vida, el papel de la humanidad en el planeta, la relación del individuo con la comunidad humana y natural; incluso lo que es ser un individuo, un yo. Después de todo, experimentamos al dinero (y propiedad) como una extensión de nosotros mismos, por lo que el pronombre posesivo “mío” que lo describe, es el mismo pronombre que utilizamos para identificar a nuestros brazos y nuestra cabeza. Mi dinero, mi coche, mi mano, mi hígado. Considerar también el sentido de violación que sentimos cuando nos roban o despojan como si se hubiera tomado una parte de nosotros mismos.
Una transformación de lo profano a la santidad del dinero, algo tan profundamente parte de nuestra identidad, algo tan fundamental para el funcionamiento del mundo, en realidad tendría efectos profundos. Pero ¿qué significa que el dinero, o cualquier otra cosa, sea sagrado? Es en un sentido estricto lo contrario de lo que termino sagrado ha llegado a significar. Durante miles de años, los conceptos de lo sagrado, santo y divino se han atribuido cada vez más a algo separado de la naturaleza, del mundo y la carne. Hace tres o cuatro mil años los dioses iniciaron una migración desde los lagos, bosques, ríos, y montañas hacia el cielo, convirtiéndose en los amos imperiales de la naturaleza en lugar de su esencia. A medida que la divinidad se ha separado de la naturaleza, así también llego a convertirse en pecado involucrase demasiado en los asuntos del mundo. El ser humano pasó de ser una viva alma encarnada en una envoltura profana, a un mero receptáculo del espíritu, que culmino en la observación Cartesiana de la conciencia como observadora del mundo, pero no participante en ella, y el de Newton – Dios como relojero – haciendo lo mismo. Ser divino era ser sobrenatural, no material. Si Dios participaba en el mundo en alguna forma, era por medio de milagros, intercesiones divinas que violaban o sustituían las leyes de la naturaleza.

Paradójicamente, esta cosa separada, abstracta, llamada espíritu, es lo que se supone supone que anima al mundo. Pregúntele a la persona religiosa lo que cambia cuando una persona muere, y ella dirá que el alma ha abandonado el cuerpo. Pregúntele que hace caer la lluvia y soplar al viento, y ella dirá que es Dios. Sin duda, Galileo y Newton parecían haber eliminado a Dios de los funcionamientos cotidianos del mundo, explicando que el mudo era como un reloj de una enorme máquina de una fuerza y ​ masa impersonal, pero aún así sigue siendo necesario que exista un relojero para darle cuerda al principio, para imbuir al universo con la energía potencial que lo ha hecho funcionar desde entonces. Este concepto permanece hoy en día con nosotros como el Big Bang, un acontecimiento primordial que es la fuente de la “entropía negativa”, que permite el movimiento y la vida. En cualquier caso, la noción de nuestra cultura de espíritu es el de algo separado y que no es parte de este mundo, que milagrosamente aún puede intervenir en los asuntos materiales, y que incluso anima los y dirige de alguna manera misteriosa.
Es sumamente irónico y muy significativo que lo único en el planeta más parecido a este concepto, que renuncia a lo divino, es el dinero. Es una fuerza invisible, inmortal, que rodea y dirige todas las cosas, omnipotente y sin límites, una “mano invisible” que, se dice, hace funcionar a todo el mundo. No obstante, el dinero hoy en día es una abstracción, cuando mucho, solo símbolos en una hoja de papel, pero generalmente sólo símbolos en una computadora. Existe en un reino muy lejos de lo material. En ese ámbito, está libre de las leyes más importantes de la naturaleza, ya que no se descompone y vuelve a la tierra como todo lo demás, pero en cambio se conserva , inmutable, en sus bóvedas y los archivos de computadoras, incluso cada vez mayor con el tiempo gracias a los intereses. Lleva propiedades de preservación eterna y el aumento eterno, los cuales son profundamente antinaturales. La sustancia natural que mas se aproxima a estas propiedades es el oro, que no se oxida, mancha, o descompone. En épocas tempranas, el oro fue utilizado, como dinero y como una metáfora para el alma divina, que es incorruptible e inmutable.
La propiedad divina del dinero como abstracción, de desvinculación con el mundo real de las cosas, llegó a su extremo en los primeros años del siglo XXI cuando la economía financiera perdió su amarre en la economía real y tomó vida propia. Las grandes fortunas de Wall Street son ajenas a cualquier producción material, aparentemente existen en un reino independiente.
Observando desde las alturas del Olimpo, los financieros se llaman a sí mismos “amos del universo”, canalizando el poder del dios que sirvió para llevar a la fortuna o a la ruina de las masas, para, literalmente, mover montañas, arrasar bosques, cambiar el curso de los ríos, lograr el auge y la caída de naciones. Pero pronto el dinero demostró ser un dios caprichoso. Mientras escribo estas palabras, parece que los rituales cada vez más frenético que el sacerdocio financiero utiliza para aplacar a los dioses del dinero son en vano. Al igual que el clero de una religión moribunda, exhorta a sus seguidores a mayores sacrificios mientras culpan de sus desgracias, ya sea al pecado (los banqueros codiciosos, los consumidores irresponsables) o a los caprichos misteriosos de Dios (los mercados financieros). No obstante, algunos ya están culpando a los propios sacerdotes.
Lo que llamamos recesión, una cultura anterior podría haberlo llamado “Dios abandonando el mundo.” El dinero está desapareciendo, y con ella otra propiedad del espíritu: la fuerza que anima el reino de los humanos. Al redactar esta líneas, en todo el mundo las máquinas están ociosas. Las fábricas están paralizadas, equipos de construcción se encuentran abandonadas en el campo, se están cerrando parques y bibliotecas, y millones están hambrientos y sin hogar, mientras que las viviendas están desocupadas y se la comida se pudre en los almacenes. No obstante, todavía existen todos los insumos humanos y materiales para construir las casas, distribuir los alimentos, y operar las fábricas. Es más bien algo inmaterial, el espíritu de animación, que ha fallado. Lo que se ha ido es el dinero. Eso es lo único que falta, por lo insustancial (en forma de electrones en las computadoras) que difícilmente se puede decir que existe, sin embargo, tan poderoso que, sin ello, la productividad humana se detiene. Así, en lo individual, podemos observar los efectos desmotivadores de la falta de dinero. Considere el estereotipo del hombre desempleado, casi en quiebra, encorvado frente al televisor, en camiseta, bebiendo una cerveza, y casi sin poder levantarse de su silla. El dinero, al parecer, anima a las personas, al igual que a las máquinas. Sin el estamos desanimados.
No nos damos cuenta que nuestro concepto de lo divino ha atraído a un dios que se ajusta a ese concepto, y le ha dado la soberanía sobre la tierra. Al divorciar al alma de la carne, el espíritu de la materia, y a Dios de la naturaleza, hemos instalado un poder dominante que es impersonal y controlador, impío, y no natural. Así que, cuando hablo de convertir el dinero en algo sagrado, no estoy invocando un agente sobrenatural para infundir santidad en los objetos inermes, mundanos de la naturaleza. Más bien estoy remontándome a una época anterior, un tiempo antes del divorcio de la materia y el espíritu, cuando lo sagrado era endémico a todas las cosas.
¿Y qué es lo sagrado? Tiene dos aspectos: la singularidad y la relación. Un objeto o ser sagrado es uno que es especial, único, inigualable. Por lo tanto, infinitamente apreciado, es insustituible. No tiene equivalente, y por lo tanto su valor no se puede medir ya que el valor sólo puede ser determinado por comparación. El dinero, como todo tipo de medida, es una norma de comparación.
Único como lo es, lo sagrado es, no obstante inseparable de todo lo que participo en hacerlo, desde su historia, y el lugar que ocupa en la matriz de todo lo que es. Usted podría estar pensando ahora que todas las cosas y todas las relaciones realmente son sagradas. Eso puede ser cierto, pero aunque podemos creerlo intelectualmente, no siempre lo sentimos. Algunas cosas las sentimos como sagradas y otros no. Aquellas que si, las llamamos sagradas, y su propósito es en última instancia, recordarnos el carácter sagrado de todas las cosas.
Hoy en día vivimos en un mundo que ha sido despojado de su carácter sagrado, por lo que muy pocas cosas en realidad nos dan la sensación de vivir en un mundo sagrado. Bienes producidos en masa, estandarizados, casas en serie, paquetes de alimentos idénticos, y las relaciones anónimas con con funcionarios institucionales, todo niega lo especial del mundo. El origen remoto de nuestras cosas, el anonimato de nuestras relaciones, y la falta de consecuencias visibles en la producción y la eliminación de nuestros productos todos niegan su relación. Así, vivimos sin la experiencia de lo sagrado. Por supuesto, de todas las cosas que niegan la único y lo especial, el dinero es el principal. La sola idea de una moneda se originó en la meta de la normalización, por lo que cada dracma, stater cada shekel, y cada yuan serían funcionalmente idénticos. Por otra parte, como un medio universal y abstracto de cambio, el dinero está divorciado de sus orígenes, de su conexión a la materia. Un dólar es el mismo dólar no importa quién se lo dio. Consideraríamos infantil a alguien si coloca una suma de dinero en el banco y al retirarlo un mes más tarde se quejara “Oye, este no es el mismo dinero que deposité! Estos billetes son diferentes!”
De manera automática, entonces, una vida metalizada es una vida profana, ya que las cosas que compra el dinero carecen de las propiedades de lo sagrado. ¿Cuál es la diferencia entre un tomate del supermercado y uno cultivado en el jardín del vecino y que me ha sido obsequiado? ¿Cual es la diferencia entre una casa prefabricada y una construida con mi propia participación por alguien que me entienda a mi y a mi vida? Todas Las diferencias esenciales surgen de las relaciones específicas que incorporan la singularidad del donante y el receptor. Cuando la vida está repleta de tales cosas, hechas con esmero, conectados por una red de historias de personas y lugares que conocemos, es una vida rica y nutrida. Hoy en día vivimos bajo una avalancha donde todo es igual, impersonal. Incluso los productos hechos a la medida, producidos en masa, ofrecen sólo unas permutaciones de los mismo bloques de construcción estándar. Esta uniformidad adormece al alma y degrada la vida.
La presencia de lo sagrado es como regresar a un hogar que siempre estuvo ahí, y una verdad que siempre ha existido. Puede suceder cuando observo un insecto o una planta, escuchar una sinfonía de cantos de aves o las llamadas de ranas, palpar el barro entre los dedos de los pies, observar un objeto bien elaborado, aprehender la imposible complejidad coordinada de una célula o de un ecosistema, ser testigo de una sincronicidad o símbolo en mi vida, ver felices al juego de los niños, o ser afectado por la obra de un genio. Extraordinarias como son estas experiencias, no son en ningún sentido separadas del resto de la vida. De hecho, su poder proviene de la visión que dan de un mundo más real, un mundo sagrado que subyace e se compenetra con el nuestro.
¿Qué es esta “casa que siempre estuvo ahí”, esa “verdad que siempre ha existido”? Es la verdad de la unidad o la vinculación de todas las cosas, y la sensación es la de participar en algo más grande que uno mismo, y que no obstante, también es uno mismo. En ecología, este es el principio de interdependencia: que todos los seres dependen para su supervivencia de la red de otros seres que los rodean y que en última instancia se extiende hasta abarcar todo el planeta. La extinción de una especie disminuye nuestra integridad, nuestra salud, nuestro propio ser, se pierde algo de nuestro ser.
Si lo sagrado es la puerta de entrada a la unidad subyacente de todas las cosas,
también es una puerta de entrada a la singularidad y especialidad de cada cosa.
Un objeto sagrado es único en su clase, conlleva una esencia única que no puede reducirse a un conjunto de cualidades genéricas, esa es la razón por que la ciencia reduccionista parece robarle al mundo de su carácter sagrado, ya que todo se convierte en una u otra combinación de un puñado de conjuntos genéricos. Esta concepción refleja nuestro sistema económico, de por si consiste principalmente de los productos básicos estandarizados, genéricos, las descripciones de puestos, procesos, datos, entradas y salidas, y lo mas genérico de todo – el dinero, la abstracción elemental, en épocas anteriores no fue así. Pueblos indígenas y tribales se vieron, no como un miembro de una categoría, sino como un individuo único, espiritual. Incluso se pensaba que las rocas, las nubes y gotas de agua, aparentemente idénticas, eran seres sensibles, únicos. Los productos de la mano humana eran únicos, así, expresando su origen por medio de sus características e irregularidades. Aquí estaba la relación entre las dos cualidades de la conexión sagrada, y la singularidad: objetos únicos conservan la marca de su origen, su lugar único en la gran matriz del ser, su dependencia del resto de la creación por su existencia. Los Objetos estandarizados, las materias primas, son uniformes y por lo tanto, desvinculados de una relación.

En este libro describiré la visión de un sistema monetario y una economía, que es sagrada, que representa la interrelación y la singularidad de todas las cosas. Ya no será separada, de hecho o de percepción, de la matriz natural que la sustenta. Reúne a los desvinculados reinos de los derechos humanos y la naturaleza, que es una extensión de la ecología, que obedece a todas sus leyes y lleva toda su belleza.
Dentro de cada una de las instituciones de nuestra civilización, no importa lo feo o lo corrupto, esta el germen de algo hermoso: la misma nota en una octava superior. El dinero no es la excepción. Su propósito original es simplemente conectar a los dones humanos con las necesidades humanas, para que todos podamos vivir una mayor abundancia. Cómo ha llegado el dinero a generar escasez y no la abundancia, la separación en lugar de la vinculación, es uno de los hilos de este libro. No obstante, a pesar de en lo que se ha convertido, en la idea original del dinero como un agente del obsequio, podemos vislumbrar lo que, un día, lo hará sagrado otra vez. Reconocemos el intercambio de obsequios como un acontecimiento sagrado, por lo que instintivamente hacemos una ceremonia el regado dado. Axial que, el dinero sagrado, será una forma de dar, un medio para dotar a la economía mundial con el espíritu del don que rige las culturas tribales y sus pueblos, y aún lo hacen hoy en todo sitio donde la gente hace algo por los demás fuera de la economía monetaria.
Economía Sagrada describe este futuro y también describe una forma práctica de llegar. Hace mucho tiempo me cansé de leer libros que criticaban algunos aspectos de nuestra sociedad, sin ofrecer una alternativa positiva. Luego me canse de los libros que ofrecían una alternativa positiva que parecía imposible de alcanzar: “. Tenemos que reducir las emisiones de carbono en un 90 por ciento”. Después me cansé de libros que ofrecen una posible manera de llegar a ella, pero sin describir lo que yo, personalmente, podría hacer para crearlo. La Economía Sagrada opera en los cuatro niveles: ofrece un análisis fundamental de lo que ha ido mal con el dinero; describe un mundo más hermoso basado en un tipo diferente de dinero y economía; explica las acciones colectivas necesarias para crear ese mundo y los medios por lo que estas acciones pueden ocurrir; y explora las dimensiones personales de la transformación del mundo, el cambio de identidad y ser que yo llamo “vivir en el don.”
La transformación del dinero no es una panacea para los males del mundo, ni debe tener prioridad sobre otras áreas de activismo. Un mero reordenamiento de símbolos en las computadoras no elimina la devastación real, material y social que afligen a nuestro planeta. No obstante, el trabajo de saneamiento en cualquier otro campo desarrollar todo su potencial sin una transformación correspondiente del dinero, que tan profundamente esta entrelazado en nuestras instituciones sociales y los hábitos de vida. Los cambios económicos que describo son parte de un vasto , amplio cambio que no dejará sin tocar ningún aspecto de la vida.
La humanidad está comenzando a despertar a la verdadera magnitud de la crisis que enfrentamos. Si la transformación económica que se describe parece milagrosa, es porque nada menos que un milagro ser necesita para sanar nuestro mundo. En todos los ámbitos – desde el dinero hasta el saneamiento ecológico, hasta la política, hasta la tecnología, hasta la medicina, – necesitamos soluciones que exceden los límites de lo actualmente posible. Afortunadamente, en la medida que se desmorona el viejo mundo, nuestro conocimiento de lo que es posible se expande y con esto se expande nuestra valentía y nuestra voluntad de acción. La convergencia actual de crisis – en dinero, energía, educación, salud, agua, suelo, clima, política, medio ambiente, y mucho más – es una crisis de nacimiento, la expulsión de nosotros desde el viejo mundo hacia uno nuevo. Inevitablemente, esta crisis invade nuestras vidas personales, nuestro mundo se desmorona, y nosotros también nacemos en un mundo nuevo, una nueva identidad. Esto es por qué tantas personas sienten una dimensión espiritual en esta crisis planetaria, incluso con la crisis económica. Tenemos la sensación de que lo “normal” no regresara, que nacemos dentro de una nueva normalidad: un nuevo tipo de sociedad, una nueva relación con la tierra, una nueva experiencia del ser humano.
Yo dedico todo mi trabajo a un mundo más hermoso nuestros corazones nos dice que es posible. Digo nuestros “corazones”, porque nuestras mentes a veces nos dice que no es posible. Nuestras mentes dudan de que las cosas jamás sean muy diferentes de lo que la experiencia nos ha enseñado. Es posible que sientan un cinismo, desprecio o la desesperación a medida que lean mi descripción de una economía sagrada. Puede que Usted pudiera desdeñar mis palabras, como irremediablemente idealista. De hecho, yo mismo tuve la tentación de reducir el tono de mi descripción, para que fuera más plausible,
más responsable, más en línea con nuestras bajas expectativas de lo que la vida y el mundo pueden ser. No obstante, tal atenuación, no habría sido la verdad. Yo hablare, empleando las herramientas de la mente, lo que está en mi corazón. En mi corazón sé que es posible crear una economía y una sociedad tan bella – y de hecho cualquier logro menor es indigno de nosotros. ¿Estamos tan quebrados que aspiraríamos a algo menos que un mundo sagrado?

jueves, 12 de marzo de 2015

La psicología es un arte y no una ciencia (y por qué es importante la diferencia)

EL PSICOANÁLISIS Y LA PSICOLOGÍA TIENEN EN SU ORIGEN UNA INSPIRACIÓN Y UNA PENETRACIÓN ARTÍSTICA Y ESTO ES LO QUE LAS HACE TAN VALIOSAS, NO LA MIMESIS CIENTÍFICA.


POR: ALEJANDRO MARTINEZ GALLARDO - 05/03/2015 A LAS 11:03:55

Revisando publicaciones científicas y el propio zeitgeist de nuestra cultura uno podría pensar que la psicología ha logrado establecerse como una ciencia, una ciencia suave y un tanto controversial si se quiere, pero coexistiendo en la misma arena que algunas de las ciencias más exactas. Esto es probablemente el resultado del arduo trabajo de los psicólogos que han sentido una enorme presión para legitimar su conocimiento y agenciarse el prestigio y la aceptación que supone producir conocimiento científico en nuestra sociedad. Esta presión fue sentida por Freud, cuyo trabajo en un principio fue recibido con hostilidad por los médicos de su época (sus colegas), lo cual lo llevó, en defensa propia, a buscar proyectar el rigor y la repetibilidad que se asocia con la ciencia al psicoanálisis. En el caso de Jung algo similar ocurrió, especialmente porque el médico suizo al interesarse por temas que el mismo Freud consideró demasiado pantanosos y que la ciencia hoy sigue considerando como pseudocientíficos –la sincronicidad, la alquimia, la astrología, etc.– creyó imperativo proceder de la manera más rigurosa posible, clasificando y ordenando la profundidad de suyo insondable de la psique bajo ciertos modelos que aspiran a ser un prototipo de la ciencia del ser o de la ciencia del alma.
A este proceder meticuloso de las dos grandes figuras del psicoanálisis –especialmente de Freud que asoma una teoría suficientemente plausible de la naturaleza humana– le debemos que la psicología sea tomada con tanta seriedad y sea parte del canon del conocimiento humano, sin que esto signifique que exista un consenso. A su vez la psicología se ha diferenciado del psicoanálisis intentando hacer ciencia social, midiendo comportamientos y creando predicciones, desarrollando ramas como la psicobiología y la psicología evolutiva entre otras. Las cuales producen conocimientos sumamente interesantes pero están más cerca de la neurociencia y la sociología y van en contra del significado original, la tradición y la esencia de la psicología (que significa primero el estudio del alma). Lo que hizo revolucionario, por así decirlo, y lo más notable y revelador del psicoanálisis no viene de su acercamiento científico a la mente, sino de su imaginación y su intuición, de su acercamiento mitopoético a la psique. Su profundidad está enraizada en el arte, es una forma de percibir la profundidad de las cosas; más allá de la fisiología, los mitos y deseos que animan nuestros comportamientos. Y en este aspecto de la percepción, Freud y Jung más que acercarse al espíritu científico de su época se remontaron a un principio imaginativo, que podemos encontrar entre los poetas románticos o los filósofos presocráticos que, como si fueran chamanes, lo mismo hacían filosofía y ciencia que arte y religión. El psicoanálisis, que los psicólogos modernos desprecian por alejarse de la ciencia, es en realidad, por acercarse al arte, la disciplina que más se acerca a la psicología en su naturaleza más profunda.
Lo anterior se vuelve más claro al leer la entrevista de Freud que publicó Giovanni Papini en 1934, citada por James Hillman en su libro Healing Fiction:
Todos piensan que me mantengo por el carácter científico de mi trabajo y que mi principal alcance yace en la curación de enfermedades mentales. Eso es un error terrible que ha prevalecido a lo largo de los años y que no he logrado corregir. Soy un científico por necesidad y no por vocación. En realidad soy un artista por naturaleza… Y de esto hay una prueba irrefutable: que en todos los países en los que ha penetrado el psicoanálisis ha sido mejor entendido y aplicado por escritores y artistas que médicos. Mis libros, en realidad, más semejan obras de la imaginación que tratados de patología.
Freud así confiesa que detrás de su apariencia de doctor yace su esencia de artista y se incluye en la tradición de Mallarme, Zola y Goethe (“mi viejo maestro”). Para muchos la atracción del psicoanálisis es que llevaba el terreno incierto, subjetivo y polisémico de la psique a una explicación, a una causa profunda. Doble atracción, porque la causa estaba oculta, como en un misterio, yacía comúnmente en el inconsciente y en la infancia. Pero Freud se veía así mismo más como un novelista o una mezcla de novelista e investigador de aquello “que no puede aclararse” y que “penetra en lo desconocido”, como escribió el mismo Freud sobre los límites epistemológicos de la interpretación de los sueños. Heráclito hace unos 2500 años escribió: “No puedes descubrir los límites del alma, incluso si viajaras por todos los caminos para hacerlo; tan profundo es su significado”. No se puede hacer ciencia con aquello que es inconmensurable.
Freud estaba inventando un nuevo género, nos dice James Hillman, una mezcla entre “ficción y casuística y siempre desde ahí en la historia de nuestro campo, estos son inseparables; la historia de nuestros casos es una forma de escribir ficción”. El psicoanálisis, la llamada “cura hablada”, no cura (cuando cura) porque encuentre la causa definitiva de nuestras psicopatologías, cura porque nos hace habitar en la ficción, nos hace sensibles al poder liberador de la ficción. Utiliza la imaginación a nuestro favor –que desata la creatividad libidinal-, nos remite a historias significativas en las que nuestra vida se vuelve parte del arco dramático de la poética aristotélica, a veces llegando a la catarsis (algo como la sublimación freudiana). La ficción, concebir nuestra vida como una historia –actuando mitos y arquetipos– la dota de un sentido poético, de un significado profundo. Esto es lo más valioso del psicoanálisis –más importante que curar o no una psicopatología–, darle profundidad a la existencia, mayor riqueza y resonancia a nuestras experiencias, crear el contexto para que la mente se vincule con la historia y sea parte de una historia poética.
psycheAquí hacemos el espacio para interpelar a James Hillman, a mi juicio, el tercer gran personaje en la historia de la psicología profunda. Hillman sitúa el origen de la psicología en Heráclito, quien sostuvo a la psique como su arconte, el origen de las cosas en su filosofía. Psique, nunca está de más recordarlo, que significa alma; lo psicológico es aquello que pertenece al alma, y la psicologia nos acerca al dominio de la diosa Psique, amante de Eros y su mitopoética. Este es el espíritu que rescata Hillman en su visión de “una psicología del alma que es también una psicología de la imaginación, una que no toma su punto de partida ni de la fisiología, ni de la lingüística estructuralista, ni de los análisis o el comportamiento, sino de los procesos de la imaginación. Esto es, una psicología que asume una base poética de la mente”.
Lo importante a tomar en cuenta aquí no es emplear un mayor rigor en la clasificación de la psicología y por lo tanto expulsar a la psicología de la ciencia, demarcando claramente los límites de su saber, como algunos científicos más duros han debatido en numerosos artículos. Lo importante es regresarle a la psicología su esencia artística e imaginativa, ya que la materia prima de la psique son las imágenes y es la naturaleza del arte tratar con imágenes, más que la ciencia. Casi podríamos pensar en la psicología como una nodriza de las artes, una especie de hermana de Mnemósine (la memoria y la imaginación van de la mano); en su estudio y conocimiento, un sustrato de creatividad e inspiración. Y así concebir a la mente bajo una base poética. Esta sería la culminación del arte psicológico, una poética de la mente o una disciplina de hacer alma en el mundo
Esto no sólo es una visión estética del mundo, tiene también un componente práctico, o mejor dicho la estética tiene en este sentido una posible dimensión ética. Evidentemente la psiquiatría no es lo mismo que la psicología o  el psicoanálisis –y hay ciertos casos extremos donde su aplicación farmacológica parece indicada– pero al tratar con la psique, con la región del alma y de la imaginación, quizás debería de considerar un acercamiento más suave e imaginativo, más cercano a los mitos y fantasías y emociones que muevan a la psique. Esta es la intuición fundamental de Jung, por ejemplo, quien se formó como psiquiatra pero trató a sus pacientes activando su imaginación, pidiéndoles que materializaran sus sueños y visiones en mandalas y guiándolos a decodificar los símbolos y arquetipos de su inconsciente para integrar su “sombra”. En vez de suprimir los síntomas con agresivos medicamentos, dejar que la creatividad de la psique surja y se cure a sí misma. 
Tal vez el rigor se llega a convertir en rigidez en el caso de los tratamientos psiquiátricos que afrontan la diversidad y las tensiones inherentes de la mente humana con una misma fórmula, una misma pastilla orientada a suprimir las enfermedades mentales, en las que, como creía Jung, se ocultan los dioses de la antigüedad, y son manifestaciones de la profundidad, de la ficción poética del individuo. “Los elementos de la imaginación, a diferencia de los elementos de la ciencia, son necesariamente polivalentes”, dice Hillman. Los padecimientos, sueños, fantasías, obsesiones, complejos y patologías de la psique son siempre algo más, son metáforas y tal vez por eso se resisten a ser tratados de manera literal. Es por eso tal vez que los tratamientos ortodoxos, siguiendo al pie de la letra el manual de la psiquiatría moderna, son tan poco efectivos. Para tratar al alma se necesita de alma –y la ciencia sostiene haber refutado su existencia, ya que sólo lo físico es real–; para hablar en el lenguaje de la fantasía y la imaginación se necesita arte. Vivimos en un mundo en el que cada vez hay más enfermos mentales –esto es un hecho científicamente comprobable, a razón de que es la psicología haciéndose pasar por ciencia la que define a una persona como enfermo mental y cada semana descubre una nueva psicopatología–; cada vez más personas deprimidas, esquizofrénicas, bipolares, con déficit de atención, etcétera, como consecuencia de la aplicación del método científico a la psique. Y es que el alma tiene razones que la razón no entiende.