La crianza de guerreros nos
permite no hacer grandes esfuerzos ni cambios, solo repetir viejos patrones y delegar
nuestra realización a nuestros hijos que darán luchas y buscaran satisfacer nuestros
deseos a costa de los suyos.
Llenamos su tiempo con
actividades y estimulaciones tempranas preparandolos para un mundo que
posiblemente ellos no verán del mismo modo. Desactualizados del ahora y ciegos
al futuro, imponemos hoy sutilmente un ritmo ajeno, ya heredado en nosotros, que
no permite el pare; porque parar es morir, un guerrero no puede parar porque se
encuentra con la muerte y en la guerra la muerte significa perder ante el otro
que consideramos enemigo, ese enemigo ilusorio que se ha convertido en un
policía interno que nos regula y hace que regulemos a nuestros hijos; siempre
llenos de argumentos maravillosos damos por alto que parar es vivir, que en
esta carrera de guerra contra y a costa de nosotros mismos hemos llegado tan
lejos y hemos construido todo un mundo e identidad que parar sería re-formular y
quizás destruir para construir lo nuevo, saltar al vacío con los ojos vendados
con plena fe en que lo nuevo siempre será mejor, que las tradiciones se acaban así
como las familias y se forman nuevas e inaceptable es el cambio para el guerrero
que se encierra en su reflejo e ignora que la corriente fluye.
El espacio interno es
indispensable para encontrar el don, las aptitudes y habilidades, al llenarnos
de habilidades y actividades también para no sentirnos desocupados y a su vez
sentir que cumplimos como padres escondemos el valor del ocio y del espacio
vacío donde surgen las grandes obras, nos convertimos en autómatas desconectados
en constante competencia, así creamos soldados rasos, agentes de un sistema caduco
que no tienen tiempo para ser niños.
Encerrados en nuestras creencias
y pensamientos corremos y los hacemos correr en competencia con nosotros mismos
para que la verdad no nos alcance y mucho menos los alcance a ellos, porque ¿Qué
sería de nosotros si nos enfrentamos a nuestra humanidad? ¿Qué será de nosotros
si devolvemos la historia y nos damos cuenta que vivimos engañados? ¿Qué
pasaría si tan solo paramos y nos preocupamos por encontrar nuestro don? ¿Qué
pasaría si nos atrevemos a ser felices simplemente felices como somos y no como
quisiéramos ser?
Al no realizarnos perpetuamos la
guerra, una guerra que no solo ocurre afuera en nuestros países y en todo el
mundo, una guerra que comenzó en casa, una guerra que nos preparó para ser
individuos en paquete con talentos estándar y logros que tachamos en lista para
no sentirnos perdedores; todos somos parte de la guerra, como guerreros nos
codeamos y pisamos activa y pasivamente porque el logro del otro me recuerda mi
fracaso, la luz ajena mi sombra y el dolor en los ojos de otro ser humano mi
desconexión y mi infamia; porque es más sencillo pasar por el lado del otro
pretendiendo que somos únicos sin recordar que en sus ojos reflejamos el miedo
a vernos a nosotros mismos, es más sencillo seguir cumpliendo con nuestros
deberes vitales para no sentir la nobleza que nos une y nos deja desnudos ante
la belleza y simpleza de esta vida, si dejamos de correr podemos quedarnos
inmóviles y dar paso a estallar lo que nos une y cambiar el destino, encontrar
nuestro Don.
La crianza de guerreros es más
sencilla que la de individuos libres que tengan espacio y contención para
encontrarse, para expresar “lo bueno y lo malo”, para ser y sin obligaciones
hacer lo que nace de su profundidad, mirar para al techo, acostarse o caminar
en silencio, saltar o simplemente hacer aparentemente nada, así nacerán las
actividades, habilidades, dones y obstáculos; solo para un día darnos cuenta
que la guerra solo existe si la perpetuamos y en un “PARE” lograremos la
libertad y la paz desaprendiendo y educándonos a nosotros mismos.
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