Los problemas individuales son semejantes a los problemas sociales. A
veces es necesario ver a la sociedad como un individuo y al individuo
como una sociedad.
Comienzan felices una unión amorosa y poco a
poco, sin darse cuenta, la van degradando con pequeñas frases hirientes
que, con el tiempo, se transforman en francos insultos para terminar un
día en agresiones tan virulentas que espectadores circunstanciales se
preguntan cómo una pareja puede resistir tan horrible relación. Sin
embargo, el hombre y la mujer, irreversiblemente deformados, continuarán
hasta el fin, a veces trágico. de una relación que por grados, poco a
poco, se ha hecho un infierno… Así también puede suceder en cualquier
actividad colectiva: la decadencia llegará tan gradualmente que los
ciudadanos, inconscientes del cambio, se encontrarán de pronto en una
situación capaz de aniquilarlos. No se trata de que el caos se ordene de
golpe: una vez comprendido el peligro hay que remediarlo, fase por
fase, sin impaciencia pero con firmeza, hasta establecer la situación
ideal.
Buscando una situación confortable, física o mental,
adoptamos un sistema de vida que nos aleja de la naturaleza, exterior o
interior. Con el transcurso del tiempo nos habituamos a este paraíso
artificial y, al reproducirnos, legamos a nuestros hijos esta ilusión
como si fuera un mundo verdadero. Cuando llega el momento en que la
realidad nos embate crudamente, ya no sabemos cómo luchar y somos
demolidos por la nueva situación. Es nacesario aprender a ver las cosas
con total objetividad. Observar la corrupción, conocerla, no significa
entregarse a ella. Cerrar los ojos y los oídos ante una crisis no
significa solucionarla. Debemos, en todo momento, adiestrarnos a
sobrevivir. Y un método muy útil para esa sobrevivencia es tomar en
cuenta que siempre hay seres humanos dispuestos a devorarnos, por muy
buenos y justos que seamos.
Desarrollarnos hasta alcanzar el
límite de lo que podemos ser es normal y deseable. Pero cuando la
ambición desmedida nos lleva a obtener cosas inútiles, podemos, creyendo
avanzar, precipitarnos a un fracaso. En condiciones normales no
deberíamos hacer esfuerzos ni preocuparnos por alcanzar el nivel para el
que estamos destinados. La semilla lleva en sí el programa que cumplirá
hasta ser un árbol determinado que no dará ni una hoja ni un fruto de
menos o de más. Lo cierto es que debemos luchar no por “ser” sino por
impedir que accidentes exteriores nos desvíen y nos impidan realizarnos…
Cuando vemos otros individuos, organismos, sociedades, que sentimos más
poderosos que nosotros y pretendemos imitarlos sin tener las fuerzas
necesarias para eso, terminamos cayendo en su área de poder y pasamos a
formar parte, con orgullo ingenuo, de un mecanismo que nos
despersonaliza y aniquila.
ALEJANDRO JODOROWSKY
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