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martes, 17 de junio de 2014

LA TAN ANHELADA PAZ . Por : Enara Amarillo

By :Christian Gundtoft
 La guerra es sencilla es lo que conocemos, siglos y siglos de guerra nos han dado una trinchera cómoda donde descansa el dolor y nuestros egos han hecho alianzas para no tocar el amor que nos dejaría sin espacio en un mundo donde ser guerrero da pertenencia y un lugar de privilegio mientras que el camino de la paz y su búsqueda es más solitario y doloroso.

Hemos llegado muy lejos, ya tenemos un abanderado de la paz y responsable del destino de todos,  así queramos preguntar al unísono  ¿Cuándo aprenderemos a vivir amorosamente y dejar de odiar tanto? Aún estamos esperando que suelten la paloma blanca como símbolo de victoria y volver a la zona cómoda donde no tenemos que sentir que la guerra comenzó cuando éramos niños y sentimos el frió del desamparo, la violenta indiferencia ante el dolor y nos enlistamos en una guerra que no era nuestra; no tuvimos tiempo de comprender el vacío, la soledad, la crítica ¿Por qué no pudimos ser y ya?

Vivimos tiempos donde los falsos gurús abundan, nos venden su humanidad dentro de un juego de ganadores y perdedores, manteniendo el statu quo que solo alimenta su ego y la impotencia de sus interlocutores alienados; la rudeza de la vida acoge lo bello y lo disfraza de manipulación alargando la cadena de esclavitud de unos seres humanos que se condenan autoerigiéndose como libres y cercanos a lo que debemos ser dentro de un mundo sombrío en donde ellos son guías sin pretensiones.

Gente que alaba y sigue sin pensar a un humano que toma el lugar de deidad,  que concede milagros como la irresponsabilidad sobre sí mismos, la absolución de sus actos con palabras oportunistas y alimenta su pereza psíquica; si llegasen a obtener todo esto este milagroso será seguido por miles y obtendrá el preciado título de Maestro, le consultaran e incluso le delegaran la responsabilidad de estar vivos , pero aquel que les muestre su falta de autonomía y los enfrente con sus demonios o que se atreva a cuestionar a aquel que se ha autoproclamado grande y punta de la pirámide humana será tratado de resentido, será señalado, rechazado y en el peor de los casos exiliado.

La paz compete responsabilidad no solo del esfuerzo sino del encuentro, requiere verse desnudo ante tanta podredumbre y llorar el caos desatado ante los órdenes de la vida donde el sentido común pereció y el amor se escondió detrás del dolor que no tocamos por temor a morir desamparados como niños desconsolados, entregados al mejor postor que puede abusarnos y extorsionarnos con la promesa de una migaja de amor.

En la guerra, la generación de los culpables siempre tendrá un lugar para aquel que ha abandonado su búsqueda por lo que le dijeron que era la felicidad y logro entrar en competencia donde el número 1 es tan perdedor y ganador en ego y statu quo como el número 100, perdió el centro y el norte de lo que es genuino a cada ser humano para hacer la vida de otros por aceptación y pertenencia; en la guerra todo esto es legítimo, la competencia del mejor, el más exitoso, el más rico, el más honesto, el más lindo, el más humilde, el más vanidoso, el más evolucionado y el más humillado, todo vale, vale la testarudez, vale herir a los niños para que aprendan a defenderse, vale la posesión del otro, vale la superioridad y la sumisión, vale la víctima y la violencia que esta ejerce.

La guerra evita que haya igualdad de condiciones humanas, teje hilos de violencia invisibles de exclusión y opositores, unos grandes arriba que usaron el conocimiento para subyugar a otros violentos pasivos privándolos de todo, siendo carceleros hasta de su amor propio.

La anestesia se agota cada día, la mentira que hemos construido para no ver la verdad de este mundo que ya no logramos sostener con tanta facilidad y nos comienza a pesar, nos lleva a buscar con desesperación una salida, pero no podemos despertarnos en plena pesadilla entraríamos en shock nervioso, caeríamos en depresión colectiva al reconocernos víctimas directas de la guerra, lloraríamos inconsolablemente a todos aquellos que han sacrificado sus vidas y no tuvieron un día de paz, inundaríamos nuestro continente de gemidos por no reconocernos hermanos y por un instante recrear la escena hermosa de reconciliación fraternal que nuestros muertos soñaron vivir, porque a todos nos duele la tierra y a pesar de que la modernidad nos haya inundado, el corazón nos vibra con los tambores y las gaitas, honramos nuestro origen sabio y humilde, no aguantaríamos ver a nuestros campesinos encadenados y no reconocer que su dolor y esclavitud también es la nuestra;  por un instante padeceríamos el dolor del desarraigo de nuestros indígenas que descalzos sobre el cemento sufren porque no pueden echar raíces en la tierra; lloraríamos el dolor de vernos como la patria desamparada, todos niños buscando cuna y brazos que sostengan el dolor que nuestros ancestros también desamparados por la guerra no tuvieron como darnos.

En la búsqueda de paz somos testigos de nosotros mismos, nos encontramos vacíos, angustiados sin saber quiénes somos, que queremos y mucho menos en que momento nos perdimos para entrar en esta locura que nos quitó lo esencial y llamo a esto realidad y cordura;  el comienzo de la paz es ver cómo somos parte de la tragedia colectiva.