Estoy convencido de que la
educación es nuestra mejor esperanza, pero de ninguna manera la
educación que tenemos. Tenemos una educación para que nuestra próxima
generación se nos parezca, pero nos urge tener otra que nos ayude a
evolucionar. Necesitamos una educación para trascender la mentalidad
patriarcal, raíz de casi todos nuestros problemas colectivos: una
educación que nos inste a dejar atrás modos de pensar y vivir
peligrosamente obsoletos.
Nuestra vida civilizada surgió como respuesta a un hecho
cataclísmico: el calentamiento y desertificación que sucedieron al fin
de los glaciares durante nuestra tardía prehistoria. Los territorios del
actual Sáhara, el cercano Oriente y las estepas rusas fueron un oasis
verde, algo así como un jardín del Edén, hacia el fin de nuestro último
periodo glacial. Con el calentamiento y menor rendimiento agrícola, la
adaptación de sus habitantes a la vida sedentaria dejó de servirles y,
para sobrevivir, debieron volverse nuevamente nómadas, además de
violentos e insensibles. Nosotros somos sus descendientes: tales
bárbaros invadieron, civilizaron o reemplazaron a las poblaciones
antiguas de Europa, India y el lejano Oriente.
Decía Gurdjieff que los problemas de la humanidad derivan de que los
humanos, siendo tricerebrados, no consiguen conciliar sus tres
cerebros, y ha descubierto la neurofisiología un cuarto cerebro -la
corteza prefrontal- que sirve de asiento de la humanidad por su función
integrativa del intelecto, la emoción y la instintividad. Tótila Albert
creía que los problemas del mundo derivan de la desarmonía entre
nuestras tres personas interiores. Gran parte de mi trabajo ha sido
inspirado por las ideas de Gurdjieff y de Tótila Albert, quien, yendo
más allá de Bachofen (historiador suizo que descubrió el matriarcado),
planteaba que nuestra historia ha atravesado una etapa de nomadismo
original filiarcal (en que dominaron los valores de la juventud y la
instintividad), luego la etapa matriarcal del Neolítico y finalmente la
era patriarcal, iniciada hace unos 6.000 años. Planteaba también que
estas tres formas de vida fueron la respuesta a las situaciones
traumáticas, y que ya es hora de que nos tornemos en hombres completos,
en cuya vida y mundo interno se establezca un abrazo a tres entre Padre,
Madre e Hijo. Tótila Albert pensaba que tal sociedad sana sólo podría
alcanzarse a través de la realización de la plenitud trinitaria en el
corazón de muchos; lo que entrañaría un cruce colectivo de un Mar Rojo
de la consciencia: un proceso de búsqueda, sanación e iluminación
generalizado del que dependerá que dejemos atrás nuestra condición
crítica. Yo he traducido su lenguaje de las tres personas interiores a
uno que contempla tres amores: el eros o amor-goce, que se expresa en el
amor a sí mismo; el ágape, benévolo y materno, que subyace al amor al
prójimo; y el amor-respeto o philia, que deriva del amor del niño hacia
el padre.
En La civilización, un mal remediable expliqué la mente patriarcal
como un desequilibrio en el cual se ve exaltado el amor-respeto (que
mira hacia los padres, las autoridades y los ideales), se eclipsa y
falsifica el amor materno y se criminaliza el eros. Por ello vengo
proponiendo una educación trifocal dirigida a las partes padre, madre e
hijo de nuestras mentes. He sugerido, también, que a la actual educación
eminentemente intelectual que ofrecen nuestras escuelas se incluya una
educación del corazón que no olvide su aspecto emancipador y la
relevancia de la felicidad. Para esta transformación será vital la
educación de los educadores a través de un método profundo, eficaz y
rápido. Y es éste, diría yo, mi más significativo aporte.
Años atrás me sentía como un campesino que, después de mucho tiempo
cultivando su tierra, se encuentra con un tesoro: una planta cuyo jugo
pudiera matar al dragón que asola la comarca. De pronto, me vi habiendo
inventado lo que hacía falta para una transformación rápida y masiva de
la educación en Occidente. Me parecía obvio que nuestra salvación
depende de un cambio de conciencia y que sólo la educación podría
permitirlo: está en nuestras manos llegar a educar seres más sabios,
benévolos y libres que nosotros. Pero ahora me parece que, más bien, tal
transformación podría ser posible. Pues hay resistencias, ¡y qué
resistencias! Ni son muchos quienes quieren el cambio de la educación
entre los profesores, cansados y desmotivados, ni parecen quererla los
ministerios. No la esperan ya los estudiantes, y menos aún la anhela el
imperio comercial global. Así, tenemos la visión, la metodología y hasta
la estrategia, pero sabemos que la educación sólo podría cambiar si
llega a haber suficiente voluntad política a través de la maduración de
la conciencia de los poderosos; o si llega a haber consenso en la
opinión pública, de cuya legitimación -más tarde que temprano- todo
depende.
Les hablo, pues, a las autoridades, que tal vez algo pueden hacer en
vez de rendirse al imperio comercial pseudo-democrático de Mamón. Les
hablo a los profesores, instándoles a que dejen atrás su resignación y
se hagan agentes de un gran sueño. Les hablo a los potentados anodinos,
cuyo despotismo se oculta tras la máscara de un supuestamente
democrático despotismo del mercado; y les hablo a los funcionarios de
los grandes organismos del comercio global, con la esperanza de
comprender colectivamente cómo no sólo nos convendría a todos, sino a
ellos mismos, cumplir con la responsabilidad que nos cabe de velar por
el rumbo de nuestra nave espacial Tierra.
CLAUDIO NARANJO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario