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domingo, 23 de marzo de 2014

UN MANIFIESTO POR LA EDUCACIÓN. Por: Claudio Naranjo

Estoy convencido de que la educación es nuestra mejor esperanza, pero de ninguna manera la educación que tenemos. Tenemos una educación para que nuestra próxima generación se nos parezca, pero nos urge tener otra que nos ayude a evolucionar. Necesitamos una educación para trascender la mentalidad patriarcal, raíz de casi todos nuestros problemas colectivos: una educación que nos inste a dejar atrás modos de pensar y vivir peligrosamente obsoletos.

Nuestra vida civilizada surgió como respuesta a un hecho cataclísmico: el calentamiento y desertificación que sucedieron al fin de los glaciares durante nuestra tardía prehistoria. Los territorios del actual Sáhara, el cercano Oriente y las estepas rusas fueron un oasis verde, algo así como un jardín del Edén, hacia el fin de nuestro último periodo glacial. Con el calentamiento y menor rendimiento agrícola, la adaptación de sus habitantes a la vida sedentaria dejó de servirles y, para sobrevivir, debieron volverse nuevamente nómadas, además de violentos e insensibles. Nosotros somos sus descendientes: tales bárbaros invadieron, civilizaron o reemplazaron a las poblaciones antiguas de Europa, India y el lejano Oriente.

Decía Gurdjieff que los problemas de la humanidad derivan de que los humanos, siendo tricerebrados, no consiguen conciliar sus tres cerebros, y ha descubierto la neurofisiología un cuarto cerebro -la corteza prefrontal- que sirve de asiento de la humanidad por su función integrativa del intelecto, la emoción y la instintividad. Tótila Albert creía que los problemas del mundo derivan de la desarmonía entre nuestras tres personas interiores. Gran parte de mi trabajo ha sido inspirado por las ideas de Gurdjieff y de Tótila Albert, quien, yendo más allá de Bachofen (historiador suizo que descubrió el matriarcado), planteaba que nuestra historia ha atravesado una etapa de nomadismo original filiarcal (en que dominaron los valores de la juventud y la instintividad), luego la etapa matriarcal del Neolítico y finalmente la era patriarcal, iniciada hace unos 6.000 años. Planteaba también que estas tres formas de vida fueron la respuesta a las situaciones traumáticas, y que ya es hora de que nos tornemos en hombres completos, en cuya vida y mundo interno se establezca un abrazo a tres entre Padre, Madre e Hijo. Tótila Albert pensaba que tal sociedad sana sólo podría alcanzarse a través de la realización de la plenitud trinitaria en el corazón de muchos; lo que entrañaría un cruce colectivo de un Mar Rojo de la consciencia: un proceso de búsqueda, sanación e iluminación generalizado del que dependerá que dejemos atrás nuestra condición crítica. Yo he traducido su lenguaje de las tres personas interiores a uno que contempla tres amores: el eros o amor-goce, que se expresa en el amor a sí mismo; el ágape, benévolo y materno, que subyace al amor al prójimo; y el amor-respeto o philia, que deriva del amor del niño hacia el padre.

 En La civilización, un mal remediable expliqué la mente patriarcal como un desequilibrio en el cual se ve exaltado el amor-respeto (que mira hacia los padres, las autoridades y los ideales), se eclipsa y falsifica el amor materno y se criminaliza el eros. Por ello vengo proponiendo una educación trifocal dirigida a las partes padre, madre e hijo de nuestras mentes. He sugerido, también, que a la actual educación eminentemente intelectual que ofrecen nuestras escuelas se incluya una educación del corazón que no olvide su aspecto emancipador y la relevancia de la felicidad. Para esta transformación será vital la educación de los educadores a través de un método profundo, eficaz y rápido. Y es éste, diría yo, mi más significativo aporte.

Años atrás me sentía como un campesino que, después de mucho tiempo cultivando su tierra, se encuentra con un tesoro: una planta cuyo jugo pudiera matar al dragón que asola la comarca. De pronto, me vi habiendo inventado lo que hacía falta para una transformación rápida y masiva de la educación en Occidente. Me parecía obvio que nuestra salvación depende de un cambio de conciencia y que sólo la educación podría permitirlo: está en nuestras manos llegar a educar seres más sabios, benévolos y libres que nosotros. Pero ahora me parece que, más bien, tal transformación podría ser posible. Pues hay resistencias, ¡y qué resistencias! Ni son muchos quienes quieren el cambio de la educación entre los profesores, cansados y desmotivados, ni parecen quererla los ministerios. No la esperan ya los estudiantes, y menos aún la anhela el imperio comercial global. Así, tenemos la visión, la metodología y hasta la estrategia, pero sabemos que la educación sólo podría cambiar si llega a haber suficiente voluntad política a través de la maduración de la conciencia de los poderosos; o si llega a haber consenso en la opinión pública, de cuya legitimación -más tarde que temprano- todo depende.

Les hablo, pues, a las autoridades, que tal vez algo pueden hacer en vez de rendirse al imperio comercial pseudo-democrático de Mamón. Les hablo a los profesores, instándoles a que dejen atrás su resignación y se hagan agentes de un gran sueño. Les hablo a los potentados anodinos, cuyo despotismo se oculta tras la máscara de un supuestamente democrático despotismo del mercado; y les hablo a los funcionarios de los grandes organismos del comercio global, con la esperanza de comprender colectivamente cómo no sólo nos convendría a todos, sino a ellos mismos, cumplir con la responsabilidad que nos cabe de velar por el rumbo de nuestra nave espacial Tierra.

CLAUDIO NARANJO.

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