Image by: Christian Gundtoft |
Cuando
uno permanece mucho tiempo amarrado a una institución, poco a poco deja de
pensar por si mismo y empieza a aceptar como propio el pensar de la
institución.
No importa si es una institución militar, religiosa o dedicada
al altruismo, es una institucionalidad que necesita de la alienación de sus
participantes para sobrevivir.
El propósito de la institución puede ser muy noble
(y muchas veces así es) pero el precio que uno paga es caer en un servilismo
que subyuga la libre voluntad a la voluntad de la institución.
Por
un tiempo uno se siente bien, la institución nos es útil porque nos brinda un
propósito y nos da un sentido de pertenencia, y al mismo tiempo nosotros le
somos útiles a la institución ayudándole con la mejor de las disposiciones a
cumplir sus objetivos.
El
problema llega cuando creemos que nosotros somos la institución, y que su
sentir es nuestro, y que su pensar es nuestro, al punto de que nos ofendemos a
nivel personal cuando los formas de actuar de la institución son cuestionadas
(formas que muchas veces nada tienen que ver con nosotros en lo más intimo)
Entonces
ya me identifique, me atraparon, cedí un poco de mi intimidad ¿quien soy yo si
no estoy ahí? ¿cual es mi propósito si dejo de estar ahí?
Es
bueno cuidarse de esto. Las instituciones están para el servicio (ojala de los
intereses más elevados) pero son corruptibles, tienen su luz y su sombra.
No
perdamos nuestra valiosa intimidad, nuestra valiosa individualidad poniéndola
por debajo de intereses que si bien pueden ser muy nobles, si nos descuidamos,
nos pueden absorber la vida.
Hay
que recordar, que independiente de donde estemos, el único lugar en donde no
podemos dejar de estar es en nosotros mismos. Actuar siendo fiel al sentir
personal que nos acerco a uno u otro lugar. Observar, atento, si aún puedo ser
quien soy en medio de lo que se me pide que haga, no transar. Cuando estoy en
mi, mi ser y mi actuar son uno solo.
Todo
en su justa medida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario