Image by: Christian Gundtoft |
Vivimos en un mundo orientado hacia la productividad, en donde el “progreso” es sinónimo de desarrollo económico y donde ese desarrollo está ligado a una cada vez mayor capacidad adquisitiva. Este pensamiento base, arraigado y prácticamente enseñado, defendido y proclamado a través de los medios de comunicación, es profundamente nocivo y hace mella en esa gran meta que es alcanzar un nivel de vida “sustentable”.
Le dedicamos como humanidad nuestro tiempo, recursos y energía a desarrollar tecnologías para conservar el medio ambiente, para alcanzar la sustentabilidad, para desarrollar formas de energía y producción más amigables y menos contaminantes. Estos esfuerzos son muy valiosos, ya que nos alertan de que hay urgencia por alcanzar dicho estado de equilibrio. Sin embargo, existe el riesgo de centrarnos en un hacer que más bien nos aleja de ese objetivo. En vez de, directa y realmente, dedicar ese tiempo y energía a vivir de manera sustentable, nos entrampamos en medios, tecnologías y formas de lograr algo que ya nos es natural. Un ejemplo de esto son las bebidas gaseosas: Se dirige una enorme cantidad de dinero, tiempo y capital humano a desarrollar variantes de estos productos cada vez más amigables con el cuerpo y la salud, se destinan millones a promocionar las virtudes de un producto “ligth” o “natural”, cuando en realidad su consumo implica un atentado para la salud misma, lo cual también representa un costo monetario enorme en gastos médicos (sin mencionar los costos y daños directos en la vida de las personas). Por otra parte, la cantidad de agua que se utiliza para la fabricación del producto como de sus envases, además de los costos de transporte son otros de los factores que nos alertan sobre el daño potencial hacia el ambiente en general. Entonces, si queremos vivir de forma saludable ¿le dedicamos nuestra investigación científica, tiempo y recursos a producir un producto que nos haga cada vez menos mal? o ¿ realmente nos comprometemos con no consumir un producto dañino?
No digo que dejar de comprar Coca.Cola vaya a salvar el mundo, pero es válido cuestionarse la forma en que, como consumidores, contribuimos a contaminar o dañar nuestra salud. Es útil tomar conciencia sobre que estamos eligiendo y si realmente necesitamos comprar ciertas cosas.
Menciono este caso particular solo para ejemplificar como somos víctimas de una publicidad a la que solo le interesa vender, sin contarnos sobre la calidad o daño que nos pueden estar produciendo los productos que proclaman como los iconos del progreso. Existen muchos productos realmente inútiles y nocivos (con sus respectivas cadenas de explotación de recursos, producción y distribución, igualmente dañinas) que están inocentemente puestos a nuestra disposición en las estanterías de cualquier tienda.
Creo que en esta lucha declarada en pos de conservar nuestro medio ambiente (y no desaparecer como especie en el intento), la inversión en recursos, tiempo y energía debe estar dirigida a “hacer cada vez menos”, en lugar de seguir “malgastando” recursos en producir cada vez más. Quizás, el estado sustentable que tanto nos gustaría estar viviendo esté más cerca de no hacer más intervenciones, y dejar las cosas tal y como están, al natural, sin endulzantes de ningún tipo.
La vida ya es natural, y sin campaña publicitaria alguna, nos invita a disfrutar la felicidad (la de verdad)
Blog de Nicolas Tamayo: https://elcaballogriego.wordpress.com/
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