Una
vida con sentido suele ser una vida simple, una vida descomplicada. Lo simple
está cerca de lo natural. Las complicaciones, los adornos, las ideas inventadas
suelen ser un obstáculo entre el observador y lo observado, constituyen un velo
que nos impide ver la naturaleza de las cosas, que nos impide ver las
relaciones entre quien observa y lo observado (que son la misma cosa)
Una
vida simple es posible. Vivir de manera sencilla es muy fácil, lo complicado es
tomar la decisión de hacerlo. Es difícil porque hay que vencer la fuerza de la
costumbre, se requiere una gran inversión de tiempo y energía inicial para
romper la estaticidad y ampliar la mirada. Soltar algo suele costarnos más que
mantenerlo.
Nos
gustan nuestros vicios, nuestras rutinas, nuestras drogas, nuestros sucedáneos
de vida. Nos gustan porque nos identificamos con ellos, terminamos creyendo que
somos eso, que somos lo que somos gracias a que escucho cierta música, gracias
a que estudié cierta carrera, gracias a que tengo cierto trabajo y cierto
estatus. Pero la verdad es que todo eso es accesorio. No estoy diciendo que sea
inútil, sino que lo “inútil”, lo que termina pesando, es la creencia que nos
hace apegarnos a todo eso tomándolo por lo único y lo más importante.
Una
persona que vive de manera simple usa el mundo, usa los accesorios, pero sabe
que no son él/ella. Sabe que puede dejar de usarlos en cualquier momento, y que
lo que ES seguirá intacto, siempre vivo y fresco. Puede dejar que le quiten los
accesorios, y probablemente no se opondrá a perder algo que sabe que no le
pertenece de todas formas. Esto es lo que nos cuesta.
Blog de Nicolas Tamayo: https://elcaballogriego.wordpress.com
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