La guerra es sencilla es lo que
conocemos, siglos y siglos de guerra nos han dado una trinchera cómoda donde
descansa el dolor y nuestros egos han hecho alianzas para no tocar el amor que
nos dejaría sin espacio en un mundo donde ser guerrero da pertenencia y un
lugar de privilegio mientras que el camino de la paz y su búsqueda es más
solitario y doloroso.
Hemos llegado muy lejos, ya
tenemos un abanderado de la paz y responsable del destino de todos, así queramos preguntar al unísono ¿Cuándo aprenderemos a vivir amorosamente y
dejar de odiar tanto? Aún estamos esperando que suelten la paloma blanca como símbolo
de victoria y volver a la zona cómoda donde no tenemos que sentir que la guerra
comenzó cuando éramos niños y sentimos el frió del desamparo, la violenta indiferencia
ante el dolor y nos enlistamos en una guerra que no era nuestra; no tuvimos
tiempo de comprender el vacío, la soledad, la crítica ¿Por qué no pudimos ser y
ya?
Vivimos tiempos donde los falsos gurús
abundan, nos venden su humanidad dentro de un juego de ganadores y perdedores,
manteniendo el statu quo que solo alimenta su ego y la impotencia de sus
interlocutores alienados; la rudeza de la vida acoge lo bello y lo disfraza de manipulación
alargando la cadena de esclavitud de unos seres humanos que se condenan autoerigiéndose
como libres y cercanos a lo que debemos ser dentro de un mundo sombrío en donde
ellos son guías sin pretensiones.
Gente que alaba y sigue sin
pensar a un humano que toma el lugar de deidad, que concede milagros como la irresponsabilidad
sobre sí mismos, la absolución de sus actos con palabras oportunistas y alimenta
su pereza psíquica; si llegasen a obtener todo esto este milagroso será seguido
por miles y obtendrá el preciado título de Maestro, le consultaran e incluso le
delegaran la responsabilidad de estar vivos , pero aquel que les muestre su
falta de autonomía y los enfrente con sus demonios o que se atreva a cuestionar
a aquel que se ha autoproclamado grande y punta de la pirámide humana será tratado
de resentido, será señalado, rechazado y en el peor de los casos exiliado.
La paz compete responsabilidad no
solo del esfuerzo sino del encuentro, requiere verse desnudo ante tanta podredumbre
y llorar el caos desatado ante los órdenes de la vida donde el sentido común pereció
y el amor se escondió detrás del dolor que no tocamos por temor a morir
desamparados como niños desconsolados, entregados al mejor postor que puede
abusarnos y extorsionarnos con la promesa de una migaja de amor.
En la guerra, la generación de los
culpables siempre tendrá un lugar para aquel que ha abandonado su búsqueda por
lo que le dijeron que era la felicidad y logro entrar en competencia donde el número
1 es tan perdedor y ganador en ego y statu quo como el número 100, perdió el
centro y el norte de lo que es genuino a cada ser humano para hacer la vida de
otros por aceptación y pertenencia; en la guerra todo esto es legítimo, la
competencia del mejor, el más exitoso, el más rico, el más honesto, el más
lindo, el más humilde, el más vanidoso, el más evolucionado y el más humillado,
todo vale, vale la testarudez, vale herir a los niños para que aprendan a
defenderse, vale la posesión del otro, vale la superioridad y la sumisión, vale
la víctima y la violencia que esta ejerce.
La guerra evita que haya igualdad
de condiciones humanas, teje hilos de violencia invisibles de exclusión y
opositores, unos grandes arriba que usaron el conocimiento para subyugar a
otros violentos pasivos privándolos de todo, siendo carceleros hasta de su amor
propio.
La anestesia se agota cada día,
la mentira que hemos construido para no ver la verdad de este mundo que ya no
logramos sostener con tanta facilidad y nos comienza a pesar, nos lleva a
buscar con desesperación una salida, pero no podemos despertarnos en plena
pesadilla entraríamos en shock nervioso, caeríamos en depresión colectiva al
reconocernos víctimas directas de la guerra, lloraríamos inconsolablemente a todos
aquellos que han sacrificado sus vidas y no tuvieron un día de paz, inundaríamos
nuestro continente de gemidos por no reconocernos hermanos y por un instante
recrear la escena hermosa de reconciliación fraternal que nuestros muertos
soñaron vivir, porque a todos nos duele la tierra y a pesar de que la
modernidad nos haya inundado, el corazón nos vibra con los tambores y las
gaitas, honramos nuestro origen sabio y humilde, no aguantaríamos ver a nuestros
campesinos encadenados y no reconocer que su dolor y esclavitud también es la
nuestra; por un instante padeceríamos el
dolor del desarraigo de nuestros indígenas que descalzos sobre el cemento
sufren porque no pueden echar raíces en la tierra; lloraríamos el dolor de vernos
como la patria desamparada, todos niños buscando cuna y brazos que sostengan el
dolor que nuestros ancestros también desamparados por la guerra no tuvieron
como darnos.
En la búsqueda de paz somos testigos
de nosotros mismos, nos encontramos vacíos, angustiados sin saber quiénes
somos, que queremos y mucho menos en que momento nos perdimos para entrar en
esta locura que nos quitó lo esencial y llamo a esto realidad y cordura; el comienzo de la paz es ver cómo somos parte
de la tragedia colectiva.
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