
Cuando
los españoles llegaron a América sucedió un hecho de gran relevancia para la
historia de la humanidad, el encuentro de dos regiones del mundo y en ese
momento nos conocimos, no quiere decir que antes no se hubiera ya transitado de
un extremo al otro por el mar y nos hubiéramos ya topado. Solo que este
encuentro fue una marca indeleble en la historia, se establece un antes y un
después en todo sentido, hubo un reencuentro. Un reencuentro de dos culturas,
mundos e historias que seguían su curso y para las cuales este hecho significó
una ruptura violenta, un accidente, una herida y una cicatriz mal sanada, que
hasta el día de hoy no hemos podido siquiera ver completamente a los ojos,
menos entender y superar. Hoy 521 años después no nos hemos podido reponer del
todo de este golpe sobre todo porque siempre se nos ha hablado de la gran
barbarie que significó el arribo de los españoles y esto funge en nuestro
inconsciente cual Cristo crucificado, como una herida abierta no sanada que
hasta que no se le atienda no va a cicatrizar para que podamos vivir lo que
verdaderamente significó el “descubrimiento de America”: el emocionante
encuentro de dos mundos que aún no acaban de aceptar lo que el destino les
impuso: la mezcla. Pareciera que darle un lugar en la historia y sanar ese
fuerte encuentro es algo que nos supera. Ante la ignorancia del otro y de su
rostro, el miedo que produce lo nuevo y el vértigo que genera el cambio, aún no
hemos logrado integrarnos como naciones mestizas y ubicarnos en un lugar
provechoso para la vida de todos, rico en experiencias y sabiduría como podría
ser. De un lado las comunidades indígenas se repliegan sobre si mismas como
defensa y protección de sus costumbres ancestrales desde México hasta la
Patagonia incluyendo la poca sangre india que aún subsiste en los Estados
Unidos; para defenderse a sí mismas del avance del predominio de la razón. De
otro lado, las familias mestizas arraigadas en la parte de su origen que
corresponde a Europa buscan la manera de volver y recuperar su abolengo, raza,
tradiciones y costumbres como un proceso de purificar la sangre, culpando de
sus dolores al mestizaje y creyendo que así van a volver al paraíso igual que
les ocurre a las comunidades indígenas que cifran su esperanza en las antiguas
glorias de los Mayas, Aztecas e Incas como si esos si hubieran vivido en el
paraíso y fueran el referente de lo ideal. Algunos otros, ante la evidencia de
la caída de la cultura patriarcal no dudan en acercarse a las raíces, a los
ancestros, a los indígenas buscando en ellos y en su cosmología y cosmogonía
las claves para la sanación del mundo, creyendo que la opción a un mundo en
decadencia es el retomar de los usos, tradiciones y costumbres ancestrales.
A esta
repliegue miedoso que nos impide integrarnos, caminar hacia adelante y en ese
proceso aceptarnos como mezcla de razas e hibrido de culturas se le llama
narcisismo cultural, en analogía a aquel ser que solo es capaz de reconocer
como válido su propio rostro o en su defecto el que es parecido a él. Es un
mecanismo de defensa básico e infantil para no enfrentar el dolor que producen
la exclusión, el olvido, el señalamiento. Tiene que ver con exaltar las
cualidades propias exageradamente y negar las del otro completamente. Este
proceso no es del todo consciente pero opera y se trata entonces de una
enfermedad no vista como enfermedad pero que influye notablemente en nosotros y
en el desarrollo de la humanidad ya que en lugar de llevarnos hacia adelante,
aceptando lo ocurrido y lo producido por el caos, la locura y la mezcla, vamos
hacia atrás, replegándonos sobre nosotros mismos y sobre el rostro de lo
conocido y cerrándole la posibilidad a lo nuevo que es donde yace lo bueno y lo
que nos puede dar las claves del futuro a engendrarse en un lugar que clama por
que se le permita ser la nueva tierra: América.
Este
proceso inconsciente, movido por el instintivo de conservación no significa
otra cosa que la muerte. Algunos “blancos” de América que se creen blancos por
vivir al modo occidental o por tener ojos verdes y pelo medianamente rubio, a
pesar de claros símbolos de raza indígena en su sangre buscan o más bien
anhelan sus orígenes “nobles” en Europa, como quien espera volver a la pureza.
Así mismo algunos indígenas mestizos, niegan su sangre procedente de Europa
instalándose dentro de lo indígena con fuerza, negando a su vez su aspecto de
origen occidental. En fin, en este proceso motivado por el miedo se está
cerrando la puerta a que surja algo nuevo, un nuevo germen, nunca antes visto,
que reposa en nuestra herencia genética, genealógica y cultural y que yo llamo espiritualidad
mestiza y que podría ser el origen del fin de la estupidez de nuestro tiempo.
Una mezcla de chamanismo indio y chamanismo europeo, atravesado por la
presencia de chamanismo africano muy presente en toda América. Chamanismo
entendido como amor por la sabiduría instintiva, primordial y esencial del ser
humano que es la que nos puede acercar al verdadero entendimiento de la vida y
la felicidad ya que la razón no lo logró y si casi nos lleva al desastre total.
Hoy,
después de haber sido un buscador de la verdad por más de 15 años, y después de
haber conocido y estudiado a profundidad y desde una perspectiva psicológica y genealógica
estos fenómenos y de haber encontrado riquezas inmensas y profundas en todos
los lados de la casa, afirmo con plena convicción que lo único que puede
ayudarnos como humanidad es una integración verdadera, un esfuerzo a mirar la cara
del otro y su dignidad y su camino recorrido y honrarlo a pesar también de sus
torpezas y validarlo y tratar de comprender su modo y en ese proceso que pide
mucho del individuo, construir la espiritualidad, la economía, la religión, la
educación que queremos para el mañana.
Creo que
una cultura nueva sin religiones procedentes de occidente y sin relecturas de
las viejas civilizaciones indígenas de América es posible si nos embarcamos
hacia lo desconocido, cuyo primer tramo del viaje comienza por reconocer el
rostro ajeno. No quiere decir que no podamos tomar los orígenes como referente
pero siempre mirando al frente creando un espacio nuevo, que es donde puede
surgir lo bueno, lo desconocido.
De la mano
de la sabiduría pereene, no solamente hacía una aceptación de las diferencias
sino también contribuyendo a sanar las heridas que aún no se han curado y que
nos mantiene disociados como cultura y sociedad en el ámbito del conocimiento y
del acceso a él. Parece que aún no hemos entendido que ninguna cultura tiene
acceso al conocimiento absoluto. En mi experiencia personal he visto como
algunos psicólogos le restan valor a la medicina tradicional indígena y así
mismo he visto chamanes incapaces de tratar ciertos males de sus pacientes por
desconocer aspectos que la metagenealogía ya tiene resueltos. Más allá de toda la barbarie que haya podido
ocurrir que nos obligó a unos y a otros a refugiarnos en nosotros mismos y en
lo conocido, ocurrió un importantísimo encuentro de culturas y sabidurías “se
unió el mundo conocido y si no superamos ese narcisismo cultural nos estamos
perdiendo de algo tan valioso como podría ser una medicina que si cure.
Gabriel R. Ojeda M.
Director Corporación Dijoma